El gas es un potente irritante de las vías respiratorias, los ojos y la piel. Dependiendo del tiempo y el nivel de exposición, pueden producirse efectos que van desde una leve irritación hasta graves lesiones corporales. La inhalación puede provocar dificultades respiratorias, broncoespasmo, ardor de la mucosa nasal, faringe y laringe, dolor de pecho y edema pulmonar. La ingestión provoca náuseas, vómitos e hinchazón de los labios, la boca y la laringe. El amoniaco produce, en contacto con la piel, dolor, eritema y vesiculación. En altas concentraciones, puede haber necrosis tisular y quemaduras profundas. El contacto con los ojos en concentraciones bajas (10 ppm) produce irritación y lagrimeo de los ojos. En el caso de concentraciones aún mayores, puede haber conjuntivitis, erosión corneal y ceguera temporal o permanente. Pueden ocurrir reacciones tardías, como fibrosis pulmonar, cataratas y atrofia de la retina.
El amoníaco es un químico peligroso, corrosivo para la piel, los ojos, las vías respiratorias superiores y los pulmones. Si se inhala, puede causar tos, sibilancias, dificultad para respirar, asfixia y ardor de las vías respiratorias superiores. El amoníaco tiene una fórmula de NH3 y es un gas muy tóxico.